Contrario a lo que la mayoría podemos pensar, no todos los dichos y expresiones populares que juramos propios son nativas de Latinoamérica. Yo hasta un punto creía que sí, que el realismo mágico de estas tierras era el abono perfecto para construir oraciones que musicalmente se grababan en nuestras mentes y repetíamos sin cesar para resumir y compactar algo que veíamos, sufríamos y/o experimentábamos. Por ejemplo: ¡Te tengo en salsa! Expresión que se usa en mi Venezuela natal para denotar que se tiene a alguien bajo observación, en la mira. Es una simpática advertencia que denota la gran posibilidad de que no habrá un más allá u otra oportunidad.
¿Pero de dónde viene exactamente? Muchos imaginan que pudo haber surgido de caseríos rurales de algún rincón de Sudamérica o el Caribe. Pero no. El efecto catódico una vez más me da la razón y la teoría del modelaje se pone de manifiesto, demostrando que el prime time ha sido más educativo que el Álgebra de Baldor.
Aquí voy… En 1981, la cadena de televisión estadounidense ABC estrenó una serie/telenovela que revolucionó la década, marcando la estética de un estilo de vida que trastocó todos los valores de un país que ya se sabía el más poderoso del planeta. Su nombre: Dinastía. Protagonizada por las incólumes Joan Collins y Linda Evans, luego de ocho años al aire y de un éxito arrollador que traspasó fronteras, -en Venezuela llegó a ser uno de los shows de TV más vistos de su época-, los guionistas perdieron el norte en la incesante búsqueda de nuevas piruetas dramáticas que mantuvieran los picos de rating.
El no tan simple argumento que retrataba la trágica vida de una familia absurdamente adinerada dueña de centenares de pozos petroleros -quizás de ahí la identificación del público venezolano-, se transformó en una aberrada y sádica guerra de poder, maquillada –en exceso- con asesinatos anónimos, divorcios suicidas y guerras contra principados centroeuropeos inexistentes. Todo esto orquestado entre laca, hombreras, lentejuelas y el Opium by Yves Saint Laurent del que tan fanático era Aaron Spelling, su famoso productor, que lograba hipnotizar a toda la clase media norteamericana -y venezolana- una hora a la semana. ¿Y la salsa?
Corría el año de 1989 cuando a los escritores se les ocurrió que durante la escena de la boda de dos de los protagonistas jóvenes del drama, la ceremonia religiosa fuese interrumpida por una manada de guerrilleros que, vaciando sus armas automáticas, acabaron con medio elenco. Esa sanguinaria escena marcaba el final de la temporada, dejando no solo un signo de interrogación en la audiencia, sino también en las estrellas que participaron en ella. La mayoría de los actores no sabía cómo continuaría la historia, mientras los asistentes de producción embadurnaban sus rostros y costosísimos vestuarios con Ketchup –vulgar salsa de tomate que cuando no existía el HD simulaba perfectamente la sangre-.
El reparto tomó vacaciones sin saber quiénes se salvaban de aquella masacre, es decir, quiénes continuaban dentro de la serie, suponiendo que mientras más te llenaran de Ketchup, menos probabilidades tenías de volver. Es así como mister Spelling “tuvo en salsa” a la mitad del elenco, haciendo historia en la televisión y marcando pauta en la cultura popular de nuestro colorido tercer mundo.
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