Hace un par de meses me invitaron a participar en FUGITIVOS, una serie documental que busca retratar la vida de la diáspora venezolana, sus retos, sus pesares y cómo vemos el país desde lejos -el que alguna vez tuvimos y el actual-. Una ventana-podio catártico para quienes seguimos haciendo país fuera del país y, sobre todo, para quienes pretendemos diseñar el relato de la Venezuela que queremos y que claramente no tenemos: Ajustando las cosas que no nos gustan, haciendo un poco de mea culpa, conscientes de la distancia kilométrica que nos separa de lo perfecto y de lo ideal, llamando las cosas por su nombre -sin eufemismos-, celebrando lo bueno sin engrandecerlo, pero también mencionando y asumiendo -sin complejos- lo malo, lo que nos indigna, los errores, las trampas y lo que aún nos sigue lastimando, incluso, desde otro huso horario y con otro pasaporte.
A propósito del estreno de este, mi episodio en FUGITIVOS, quise ampliar algunas ideas y temas de los que hablé y de otros que se quedaron en el tintero, tomando en cuenta que creo expresarme mejor escribiendo que hablando.
No todos los venezolanos nos fuimos de Venezuela por la crisis económica. Muchos nos fuimos del país por la inseguridad, la falta de oportunidades y, sobre todo en mi caso, porque no había -y sigue sin haber- espacios diversos, necesarios para poder construir, por ejemplo, una familia homoparental. Muchos comenzamos a sentir el desarraigo inclusive antes de irnos.
Más allá de todo el enlodado debate político actual global en el que los conceptos de “derecha” e “izquierda” salen a relucir en sus versiones de libro de primaria, haciendo prevalecer la tontería de “los enemigos de mis amigos son mis enemigos”, se tiene que dejar de satanizar el progresismo. Es necesario avanzar en conjunto, mejorar, evolucionar y adaptarse a los cambios y con los cambios. El mundo actual requiere que nos importen los demás porque el futuro, quieras o no, será colectivo. No hace falta ser seguidor del Ché Guevara para defender un sistema de salud público. No hace falta ser Hitler para estar de acuerdo con la libre empresa. Estamos en un mundo de matices en el que la tarea debe ser alejarnos de los extremos.
Lejos de romantizar la inmigración, rescato un aspecto muy positivo de este devastador proceso: Nos ha encarado, como sociedad, a otras maneras, a otros puntos de vista, a otras experiencias, realidades y casos de éxito que, creo, han suavizado en gran medida la soberbia heredada de la bonanza económica que tuvimos hace más de cincuenta años. De hecho, nos debería dar vergüenza hablar de lo mucho que teníamos, para ahorrarnos la triste historia de cómo despilfarramos esa fortuna en cintillos de Mickey Mouse, barraganas y jeans nevados.
Mi fácil adaptación a México ha sido, no solo por la hospitalidad del mexicano, también por mi espíritu venezolano. Ese je ne sais quoi que nos hace hacer frente a cualquier demonio con valentía, ingenuidad deliberada y festejo.
Mi comentario sobre la respuesta de María Corina Machado al influencer La Divaza sobre el colectivo LGBT habla de que pareciera que en la Venezuela de hoy hay muchos temas más urgentes que el establecimiento de bases fuertes para reconstruir una sociedad basada en la diversidad. Y eso es, cuando menos, preocupante.
Sobre el “maricón” y “homosexual” como insulto. Sé que no es algo exclusivamente venezolano sino que recorre y atraviesa a todas las sociedades con alto consumo religioso. Pero nosotros como venezolanos hemos acogido el bullying como ingrediente fundamental de nuestro gentilicio, argumentando que es parte sustancial de nuestra gracia, chispa y temperamento.
La marginalización de la venezolanidad tuvo uno de sus tantos momentos cumbres cuando, en 2003, un condecorado general del Ejército Nacional fue interpelado por periodistas luego de allanar una planta embotelladora de Coca Cola. El militar en cuestión decidió beberse una gaseosa y eructarle a los micrófonos y a las cámaras que reportaban, muchos de ellos, en vivo. Un año después, este mismo personaje consiguió, con el voto popular, ser gobernador de Carabobo, uno de los estados más desarrollados del país, inaugurando una nueva etapa de debacle moral orquestada desde el poder. Ante esto, la oposición política sufrió un proceso, bastante orgánico, en el que, por dibujarse a sí misma en completo contraste con la vulgaridad gobernante, comenzó a pecar de frívola, desconectándose del eje social que tenía que atender por haber sido justo esta desatención la que llevó a Chávez al poder.
Adiós es una de mis canciones favoritas de Gustavo Cerati. Desde que salió, en 2006, como parte de su álbum Ahí Vamos, me identifiqué con ella. La canto con entusiasmo y la he dedicado varias veces. Habla de cómo podemos crecer como personas después de una ruptura amorosa. Me permito creer que una ruptura amorosa no es solo con una pareja, sino también con un país. Poder decir adiós es crecer.
Es tan lindo leerte porque realmente es un relato transparente de tu corazón y de quién sos. Y, como además sos BELLO, fue lindo verte en fugitivos.
Estás lecturas me teletransportan ♥️