Visité a García Márquez
La casa donde vivió y murió el escritor colombiano en Ciudad de México está abierta al público como un no museo en el que se visita -sobre todo- su mundo inmaterial.
Fui a la casa de García Márquez. La casa del Gabo. De “los Gabos”, porque así le decían a él y a su esposa Mercedes. Cuando compré el ticket, semanas atrás, temí que podría tratarse de una de esas experiencias inmersiva con audioguías y la posibilidad de adquirir un tote bag con estampado de mariposas amarillas o la figura de Remedios La Bella sublimada. Pero nada más lejos de eso, por suerte.
Cuando estás a punto de traspasar los portones de madera de la calle Fuego número 144 de los Jardines del Pedregal de la Ciudad de México de inmediato sabes que vas a ser espectador de algo especial. Puedes especular mucho sobre lo que te encontrarás, pero siempre dejándole suficiente espacio a la capacidad de sorprenderte. El interiorismo y universo de objetos que acompañó durante 39 años -vivió en esta casa desde 1975 hasta su muerte en 2014- al genio creador de tantos universos e identidades prometía relatar -y delatar- mucho de su historia, quizás hasta más que su propia obra literaria.
Luego de ser recibido por el hijo de Genovevo Quiroz, quien fuera asistente y chofer de García Márquez durante varias décadas, el silencio allanó el lugar, como si la casa conservara ese mutismo que procuran los escritores al momento de sentarse frente al teclado. Atravesamos un jardín con grama y plantas de verdes imposibles, y flores jurásicas típicas de la primavera chilanga, aunque yo preferí creer que sus colores y tamaños comenzaban a tejer una historia de mitos, tradiciones y supersticiones. Justo antes de entrar al edificio contiguo a la casa, uno en forma de ele en el que está la biblioteca y el estudio, aparece un árbol inmenso con el que García Márquez se retrató inmediatamente después de enterarse de que había ganado el Nóbel de Literatura. Aquella foto sirvió para acompañar la noticia en los periódicos de todo el mundo.
Una vez que entras a la biblioteca de paredes, techos y tapetes blancos, y con una luz natural y un sosiego que lo abarca todo, te das cuenta de que el lugar es hermoso y especial por sí mismo, aunque no hubiese tenido nada que ver con el escritor, y nunca hubiera guarecido el festín de ideas que dieron vida a Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro, El amor en los tiempos del cólera, entre tantos otros libros. Una especie de museografía involuntaria que agradecemos como visitantes. Los pocos espacios en las paredes en lo que no hay libros -desde Hermann Hesse hasta Milan Kundera, pasando obviamente por Julio Cortázar y Rómulo Gallegos- hay obras de arte y, sobre todo, portarretratos con fotos que relatan momentos estelares de su vida, como encuentros con líderes mundiales y artistas, encuentros familiares, muecas de felicidad y, por su puesto, el momento en el que, vestido con un liqui-liqui, recibió el Nóbel de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia en diciembre de 1982.
El espacio también tiene varias poltronas, sillones y sofás. Según nos contó nuestro guía, el Gabo solía recibir muchas visitas, y esta parte de la casa, junto a la sala, era de alto tráfico, funcionando como esas típicas salas de conversación que emergieron en la arquitectura del siglo XVIII. Artistas, escritores, periodistas, presidentes, cineastas y alguno que otro revolucionario centroamericano fueron asiduos a los encuentros con García Márquez. A estos últimos les fue negada la entrada por la propia Mercedes, y no porque no les gustaba su compañía sino porque le entristecía la imagen de guerrilleros cada vez más jóvenes que los visitaban antes de irse a morir en alguna montaña de Nicaragua. Todos acudían a él para rebotar ideas sobre literatura, arte, cultura y, sobre todo, política. Pasaban horas ahí, desmantelando la actualidad e imaginando y esbozando un mundo más feliz y justo. Me senté, no pude evitarlo.
En el mismo edificio está su despacho, amplio y con vista privilegiada al jardín. Un largo escritorio de madera oscura en el que escribía todos los días desde primera hora de la mañana hasta la hora de la comida. Sobre él reposan un portalápices, una engrapadora, una impresora y un pisapapeles, tal cual los dejó dispuestos el Gabo, siendo testigos de su propia obsolescencia. Justo detrás de la última silla ergonómica que usó, además de más libros, hay una extensa colección de CDs musicales en los que resaltan los Rolling Stones, Daniela Romo y Javier Solís. También un teléfono de mesa, de esos que irrumpieron a finales de los noventas con la novedad de tener extensiones a diferentes partes de la casa. En los últimos años ha sonado un par de veces y nuestro guía se ríe y se encoje de hombros sin decirnos lo que inferimos: Es el fantasma de García Márquez.
Cien años de soledad fue escrita en otra casa, en la colonia San Ángel, a pocas cuadras de esta, en la misma Ciudad de México. Sin embargo, el pequeño escritorio en la que el Gabo pasó meses sentado desarrollando su obra maestra sí está aquí. Tiene una dedicatoria de puño y letra a dos de sus más cercanas amigas: “Para Aline e Irene, esta mesa en que se escribió la pinche novela. Gabriel 1967”. La presencia de esta mesa en su casa es elocuente no solo por su valor sentimental, sino también por lo que representa: un vínculo material con su proceso creativo y un testigo presencial de una obra que en gran medida le dio identidad a todo un continente.
Los demás espacios de la casa no están abiertos al público, solo la sala y el comedor, pero no permiten fotografías. Todo en Fuego 144, al margen del mundo y del tiempo, está exactamente como lucía hace once años, cuando los Gabos recibieron, en vida, a sus últimos visitantes. Y todo da la sensación de que él sigue ahí y que, si te esperas lo suficiente, te lo puedes cruzar.
Más fotos en mi Instagram.
Que interesante! Me gustaría conocerla. Juan Pablo, me podrías indicar los días y horario de visita?
Mil gracias!
Me encantó! Sabes hasta cuándo estará abierto? Voy a Mexico este año y me encantaría ir. Gracias por compartir tu experiencia ♥️